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Hubo un momento en el que había un edificio de tres pisos con pasillos estrechos y escaleras chirriantes. En este sencillo lugar, dos almas se cruzaban durante sus rutinas diarias: Marcus, el encargado de mantenimiento, e Isabela, la bella latina responsable de la limpieza.
Marcus llevaba un taladro de impacto y tenía el rostro curtido por el sol y las largas horas de trabajo. Isabela, por otro lado, era una profesional en lo que hacía, su cabello oscuro recogido en un moño mostrando su hermoso rostro. Sus miradas se encontraban a menudo en los pasillos, él se alejaba y la veía alejarse y ella se daba vuelta y veía que él estaba mirando.
Inicialmente, sus interacciones eran simples: un "buenos días" aquí, una sonrisa allá. Pero con el tiempo, esos pequeños gestos se convirtieron en conversaciones más largas. Marcus preguntaría sobre su día e Isabela compartiría historias de su vida en la ciudad. Descubrieron un amor mutuo por la música, parientes lejanos en el mismo país y una pasión compartida por las puestas de sol en los tejados.
Una tarde, mientras Marcus reparaba una tubería en el exterior del edificio, apareció Isabela con una botella de agua fría y una toalla. Sus manos se rozaron cuando ella le entregó la botella y, en ese contacto, algo cambió. Marcus tenía una sonrisa en su rostro e Isabela miró hacia otro lado, sonrojada.
Los días se hicieron más brillantes. Isabela cantaba mientras limpiaba y Marcus silbaba mientras arreglaba las luces del pasillo. Se conocerían en cualquier oportunidad que tuvieran, compartiendo secretos y risas. La ciudad se extendía ante ellos, sus luces parpadeaban como constelaciones urbanas.
Una noche, bajo el cielo lleno de estrellas, Marcus tomó la mano de Isabela. "Sabes", dijo, "creo que este edificio nos unió por una razón. Tal vez sea el destino". Isabela sonrió y apoyó la cabeza en su hombro. "Tal vez", susurró, "o tal vez sólo somos dos personas que encuentran compañía en un lugar inesperado".
Y así comenzó su historia. Marcus e Isabela, dos mundos diferentes se unieron en ese edificio de tres pisos. No sabían lo que les deparaba el futuro, pero estaban dispuestos a descubrirlo juntos. Quizás el edificio necesitaba no sólo mantenimiento sino también un toque de amor.
Marcus e Isabela escribieron sus propios capítulos que comenzaron en ese antiguo edificio. Porque a veces, las historias más bellas florecen en los lugares más inesperados.